Misión Política

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Distrito Federal, Mexico
JESÚS MICHEL NARVÁEZ, periodista profesional. Ha trabajado en El Universal, El Universal Gráfico; dirigió El Periódico de México y durante 25 años ha prestado sus servicios en El Sol de México y la Organización Editorial Mexicana. Es director general de MISIÓN POLÍTICA y ha formado parte, como asesor externo, de los diputados Arturo Nuñez Jimínez y Emilio Chuayffet Chemor, cuando fungieron como coordinadores del Grupo Parlamentario del PRI.

martes, 14 de septiembre de 2010

De la Independencia a la Revolución: un Mismo Proceso

• Los Criollos, los Jefes de los Movimientos Independentistas
• Las “Contradicciones Acumuladas” y el Estallido en 1910
  
A dos días de que se conmemoren los doscientos años del inicio de la guerra de Independencia y cuando los ánimos de tirios y troyanos buscan argumentos para ensalzar los múltiples actos oficiales o bien subrayan todos errores que a su juicio se han cometido al día de hoy, vale la pena hacer un alto en el camino y reflexionar sobre las causas que motivaron ambos acontecimientos históricos, cuáles fueron sus aportaciones en la construcción del Estado Mexicano y por último, ponderar desde la perspectiva contemporánea qué se debe celebrar.
Los procesos independentistas a lo largo de la América Española, aunque con diferencias específicas en cada otrora virreinato, capitanía general u provincia, tuvieron como denominador común el hartazgo que sentían criollos, indios, mestizos y esclavos de un ineficiente, corrupto, distante y opresor gobierno español. Desde los tiempos del emperador Carlos I (1516) hasta los días de Carlos IV (1808), a España llegaron las millonarias riquezas americanas pero estas fueron despilfarradas en obras suntuarias, en sueldos a la burocracia y en una sucesión de guerras europeas donde la corona española siempre salió derrotada, quizá, la única excepción momentánea fue recuperar Florida. En las tres décadas anteriores a 1810, las autoridades españolas obligaron a la oligarquía hispanoamericana a prestar cantidades exorbitantes de dinero para sufragar tales guerras y aunque los préstamos fueron respaldados por Vales Reales, hay que subrayar que en su conjunto tales créditos descapitalizaron la economía de la región. No había dinero para hacer nuevas inversiones, la moneda de circulación cotidiana perdió su valor, se le escondió debajo de la tierra; todo ello provocó entre la élite criolla un auténtico enojo y el paulatino deseo de emanciparse del “mal gobierno” español. Si a lo anterior se agrega a nivel familiar el enorme malestar por cuestiones religiosas -la continental expulsión de los Jesuitas- y el racismo de una sociedad dividida en castas que lo mismo se cebaba en el esclavo negro que en el criollo adinerado e ilustrado, en su conjunto, todo se combinaba para exigir una mudanza radical en la organización y vida cotidiana del por entonces virreinato de la Nueva España o en la capitanía general de Chile. Los criollos en Guanajuato, Buenos Aires o Caracas se convirtieron en los jefes de los movimientos independentistas (1808-1824); por su lado los indios y el enorme mosaico de las castas coloniales constituyeron la tropa y los oficiales subalternos que a través de los ejércitos buscaron y encontraron la vía para ascender socialmente. Las guerras de independencia fueron los primeros pasos del dificultoso camino hacia la constitución de unos estados independientes frente a la metrópoli colonial y de la paulatina conformación de sociedades mestizas verdaderamente nacionales.
MOVIMIENTO CON UN
SESGO CONSERVADOR
Para el caso de la independencia de México, la forma como terminó el movimiento con un sesgo conservador impuesto por el ejército y el clero católico de la ciudad capital, la forma de organización política del nuevo estado mexicano bajo una forma monárquica que devino en un gobierno imperial con todas sus características, al menos superficiales de bonapartismo, presagiaba graves conflictos los cuales fueron vislumbrados por el propio Simón Bolívar. Éstos se hicieron realidad poco más de doce meses después de la coronación de Agustín de Iturbide cuando el cuartelazo “revolucionario” tiró al efímero Imperio. La consecuencia más importante de la revuelta en contra del “héroe de Iguala” fue la constitución de México como una República Federal, pero también la institución de los pronunciamientos militares como vehículo para acceder al poder. Como vehículo para modificar el perfil constitucional, como vehículo para defender las prerrogativas de la Iglesia y como vehículo que lo mismo sirvió para protestar por la puesta en práctica de nuevos impuestos, que para acusar a un determinado presidente de inmovilidad frente a las agresiones de los Estados Unidos. El cuartelazo minó la soberanía de la República frente a las potencias del exterior y adentro de México, paulatinamente socavó la moralidad de sus autoridades. El pueblo lo padeció porque “la revolución”, como se le llamaba peyorativamente a cualquier alzamiento en el siglo XIX, agravió a las familias debido a que los maridos e hijos fueron presa de la leva. Y aunque pareció que los mexicanos podían convivir en un ambiente de inestabilidad política permanente, setenta años después del “Grito de Dolores”, el pueblo en su conjunto le dio la bienvenida y se sintieron cómodos tiempo después con el prolongado periodo de paz forzada, situación la última, una de las características del porfiriato (1876-1880,1884-1911).
LAS CONTRADICCIONES
ACUMULADAS EN 1910
¿Qué pasó el 20 de noviembre de 1910? Salvo el violento episodio de los hermanos Serdán en la ciudad de Puebla prácticamente no sucedió nada, pero igual que un siglo antes (1810) diría hoy el marchito pensamiento marxiano, de años atrás venían acumulándose una serie de “contradicciones”. De acuerdo a lo anterior, la revolución de independencia como la mexicana de 1910 a 1921 son dos episodios de un mismo proceso histórico-social. Y lo son porque en el primero se consiguieron ciertas aspiraciones pero durante el siglo XIX los gobiernos liberales, incluido el de Porfirio Díaz no lograron ampliarlas y consolidarlas. Esto quiere decir que faltó un proceso de verdadera ciudadanización entre los mexicanos y como punto medular: disminuir la brecha entre opulencia e indigencia como bien lo expresara José María Morelos.
A pesar de las constituciones, de una infinitud de leyes, de proclamas sociales y alzamientos armados, el bienestar económico generalizado seguía siendo hacia principios del siglo XX la aspiración para la inmensa mayoría de los mexicanos que apoyaron y se desilusionaron del formalismo liberal promulgado por Francisco I. Madero. Por otro lado, existieron otros elementos que obraron para que la Revolución tuviera una amplia gama de apoyos. Durante décadas se acumuló un resentimiento frente a los extranjeros que a lo largo del porfiriato se adueñaron de lo mejor de la República; asimismo había una animadversión frente a sectores de la sociedad mexicana que en los tiempos republicanos seguían comportándose como encomenderos de los años coloniales. Más aún, y como parte de un proceso de concientización: entre 1890 y 1910 la sociedad mexicana ponderó la existencia de individuos como los hermanos Flores Magón y demás periodistas, ilustradores, literatos, abogados e ingenieros especializados en temas del campo, los cuales diagnosticaron diversos errores fundamentales que se habían magnificado paulatinamente durante el prolongado porfiriato. La problemática agraria provocó el primer impulso de la revuelta maderista, pero al no ser solucionada generó indirectamente la caída del “apóstol de la democracia”. La subsiguiente revolución contra Victoriano Huerta ahora sí fue popular y se nutrió con soldados que constituyeron los ejércitos villista, carrancista y de Emiliano Zapata; todos ellos con sus propios intereses que defender. Sin embargo, hay que matizar, hubo otros que se fueron con “la bola” para ver qué les deparaba el destino, en cambio otros sí lo hicieron convencidos de que se estaba luchando por materializar una transformación del país que se antojaba indispensable. En este último sentido faltaba un importante paso para que la insurrección popular y militar se consolidara: la tradición mexicana exigía un nuevo marco constitucional o al menos la reforma del anterior código fundamental (1857). Los trabajos constituyentes del ya lejano 1823-1824, la posterior experiencia centralista de 1836 y la carta liberal de la generación de Francisco Zarco y Ponciano Arriaga entre otros, eran los antecedentes constitucionales que revelaban una tradición muy enraizada en el ser mexicano de raigambre hispánica: considerar a la ley como el vehículo para reformar todo y “hacer feliz” a la República. De la por entonces muy moderna y revolucionaria Constitución Federal de 1917, los mexicanos de aquellos años la utilizaron para hacer cambios fundamentales como el artículo 123 y las leyes secundarias que durante décadas han regulado el trabajo y los derechos de los obreros. Sin embargo y tan solo como un ejemplo, después de noventa y tres años (2010) de haber sido expedida la Constitución, la terca realidad sigue cuestionándonos acerca de qué ha pasado con la moreliana preocupación de disminuir el trecho entre una enorme riqueza reducida en unos cuantos nombres y una pobreza que cada vez abraza a más de millones de mexicanos sin trabajo, o con escasas remuneraciones equivalentes a las del tiempo porfiriano. Lo desigualdad de antes y ahora caracteriza y define lo que es un país subdesarrollado.
Hoy, sesudos analistas, políticos de todos los colores, medios informativos de las más diversas tendencias y también el público en general se están preguntando ¿qué debemos celebrar en esta vorágine de los centenarios? Las respuestas deben comenzar con lo siguiente: dado el estado conflictivo que guarda la República mexicana una conmemoración morigerada es lo más acorde al momento. ¿Debemos estar felices de ser independientes? Yo creo que sí. Porque a pesar de que existen empresas españolas como BBVA y Banco Santander que siguen sacando del país enormes cantidades de plata (léase pesos o dólares) como lo hicieron sus coterráneos durante los siglos XVI al XVIII, no tenemos los mexicanos que doblar la cerviz frente al rey Juan Carlos, aunque nos tengamos que apretar el cinturón para liquidar los diversos prestamos que millones de compatriotas adeudan a tales consorcios españoles. ¿Debemos reflexionar sobre el legado de la Revolución Mexicana? Me parece que sí es conveniente, porque como sucedió en el porfiriato donde el único referente vivo era don Porfirio y su circunstancia, en la actualidad “la clase política” que nos gobierna, indistintamente de su filiación partidista, se educó y se deformó en los usos y costumbres del México postrevolucionario que la mayoría identifica con las prácticas del priísmo, y que en “tiempos de la democracia” ha hecho metástasis en la totalidad de la oposición. El verdadero cambio, más allá de la formalidad de los procesos electorales no ha llegado. Una auténtica revolución -que no tiene por que ser armada- debe modificar hasta los hábitos de la vida diaria alcanzando con ello lo privado del círculo familiar. Finalmente, no queriéndome unir al coro que ha criticado hasta el absurdo la planeación y el manejo de las actividades que el gobierno del presidente Calderón ha realizado para “celebrar” los centenarios, quisiera subrayar que es una lástima que el Poder Ejecutivo no hubiera planeado la construcción de dos o tres megaobras de infraestructura que conmemoraran la Independencia y la Revolución; hasta la fecha han desperdiciado cantidades millonarias en botargas, huesitos y caricaturas descontextualizadas del contexto político/social que se las lleva el viento. Afortunadamente México es plural, desde las universidades, pasando por los gobiernos locales y la iniciativa privada, la conmemoración de los centenarios ha dado pie a diversas actividades, eso sí, menuditas, pero algunas de ellas bastante buenas.
                             Por  Silvestre Villegas Revueltas

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